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La historia del coche eléctrico

18 de noviembre 2021

3 min de lectura

Aunque parezca mentira, hace algo más de un siglo el automóvil eléctrico estuvo a punto de arrebatar el liderazgo al de combustión, algo que podría haber hecho muy diferente el mundo en el que vivimos.
La historia del coche eléctrico

El siglo XIX vivió una auténtica revolución con la llegada de la electricidad que cambió por completo primero la industria y, más tarde, el transporte y los hogares. La historia del automóvil eléctrico es casi anterior a la del coche de combustión. Los primeros automóviles no eran más que coches de caballos a los que se les había quitado el enganche para el tiro y a los que se les acopló un motor, en unos casos de vapor, en otros eléctrico o de gasolina. En 1852 el verdadero empuje para el desarrollo del eléctrico llega con el invento de Gaston Planté, la batería recargable de plomo y ácido y el posterior perfeccionamiento que hizo Camille Faure y que permitió que los eléctricos pudieran recargarse.

A partir de ese momento el automóvil eléctrico se convierte en un medio de transporte realmente efectivo. En 1900 casi un tercio de las ventas de automóviles en Estados Unidos eran eléctricos, pero es que por aquel entonces los de gasolina también eran caros y la diferencia de precio entre unos y otros no era tan acusada. Los taxistas de grandes ciudades como Nueva York, Londres o Berlín se convirtieron en los primeros clientes del coche eléctrico, ofreciendo un servicio cómodo, limpio y silencioso a sus clientes, algo similar a lo que ocurría con los grandes hoteles, que contaban con flotas de eléctricos para la movilidad de sus huéspedes.

Las marcas de vehículos eléctricos en Estados Unidos son numerosas en esos primeros años del siglo XX como Milburn, Baker Electric, Detroit Electric o Fritchle. Este último puso en el mercado en 1907 un vehículo con una autonomía de nada menos que 100 millas, unos 160 kilómetros. Incluso empezaron a proliferar los cargadores públicos en las calles de las ciudades como Nueva York.

En 1900 casi un tercio de las ventas de automóviles en Estados Unidos eran eléctricos

Sin duda, una de las marcas más famosas en Estados Unidos fue el fabricante de Ohio Baker Electric, que contó con baterías diseñadas por Thomas Edison, cliente del primero de sus coches eléctricos y con los que se fotografió en numerosas ocasiones.

El primer récord de velocidad, un eléctrico

A finales del siglo XIX la pasión por ese nuevo artefacto llamado automóvil se dispara en Europa y Estados Unidos y empiezan a surgir las primeras competiciones y la búsqueda de nuevos retos. En 1899 el belga Camille Jenatwy, apodado el Diablo Rojo por su tesón, consiguió después de varios intentos convertirse en el primer hombre capaz de rodar al volante de un vehículo a más de 100 kilómetros/hora. Lo consiguió con su creación, el "Jamais Contente" (Nunca contento) un bólido con forma de torpedo y motor eléctrico.

Tras los récords de velocidad llegan los de autonomía, a partir de 1900 se inicia la carrera por conseguir el mayor número de kilómetros sin recargar y un Kriéger consigue nada menos que 307 kilómetros con una sola carga, casi al nivel de los vehículos actuales.

En 1908 el Ford T lo revoluciona todo con su sistema de producción en cadena que abarata considerablemente el precio final y poco después se descubren importantes reservas de petróleo en Texas y más tarde en todo el mundo, lo que hace que la gasolina sea un bien asequible para todos con lo que el vehículo eléctrico tenía un panorama más complicado. Un coche eléctrico pasó a costar casi diez veces más que un Ford T, por lo que decidirse por un automóvil sin humos era complicado. Una situación que, sin ser tan exagerada, vuelve a repetirse ahora, más de un siglo después.

Ford T

A pesar de ello se dieron situaciones tan paradójicas como que Clara Ford, esposa de Henry Ford fundador de la marca y creador del Ford T, condujera habitualmente un Detroit Electric Model 47 que le resultaba mucho más cómodo y limpio que los vehículos de gasolina que fabricaba su marido.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial las necesidades de movilidad aumentan y el vehículo eléctrico queda casi en el olvido en favor del de gasolina. Tuvo que producirse la Segunda Guerra Mundial para que a su término se volviera a mostrar algo de interés por el vehículo eléctrico, esta vez debido a la escasez de combustible durante y después de la contienda. En Francia aparece en 1941 el Peugeot VLV, un curioso biplaza eléctrico, y en 1947 Nissan presenta en Japón el Tama, también de reducidas dimensiones y con baterías extraíbles.

La primera gran crisis del petróleo, en 1973, fue la que disparó las alarmas entre los fabricantes de automóviles y además de dar paso a una nueva generación de vehículos de gasolina más pequeños y eficientes, se empezó a pensar en los eléctricos. De esta época son algunos de los modelos que comenzaron a investigar la viabilidad real del eléctrico para el uso particular. Ha tenido que ser la crisis climática y la urgencia por modificar nuestra forma de vida y de desplazarnos la que verdaderamente ha activado de una forma real la electrificación del automóvil.

El eléctrico democratizó el automóvil entre las mujeres

El eléctrico democratizó el automóvil entre las mujeres

Más limpio y silencioso que cualquier coche con motor de combustión de la época, el vehículo eléctrico permitió que las mujeres accedieran al automóvil de forma mucho más fácil por un detalle de vital importancia, el arranque. Por aquel entonces todos los vehículos de gasolina se ponían en marcha haciendo girar el motor con una manivela, una maniobra pesada y que exigía mucha fuerza.

Los vehículos eléctricos eliminaban de un plumazo este problema, no emitían los sucios gases que ensuciaban a los ocupantes, ya que en los comienzos del automóvil casi todos eran descubiertos o no tenían ventanillas. Por ello no es de extrañar que la mayor parte de los anuncios de aquellos primeros vehículos eléctricos estuvieran protagonizados por elegantes señoras que eran todo un ejemplo de modernidad de la época.

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